miércoles, 22 de abril de 2009

Escena 1: Textos Callejeros

Estos fueron los poemas que leí para la actividad organizada por Editorial Libros Mínimos en el espacio de Sophos. Bajo el concepto de "Lecturas de textos callejeros", me situé en esa calle por donde transitan las personas, las balas y los días. Un poco a la manera del monólogo aparecieron dos escenas. Esta es la primera.

Llorando titulares sangrantes, las palabras salen olorosas a miedo, porque la justicia poética no llega a tiempo y esa puede ser una justicia poética también. Salir, abrirse uno paso entre el tumulto, oler también el vaho de los lobos cazando, perfumados, con corbata…Los gestos fúnebres de los ciudadanos comunes en su devenir al matadero, todos los días puede ser el último y la gente sabe que en el centro de la tierra hay un imán maligno. Lo saben porque en los estéreos de los autobuses en los que viajan todos los días, lo susurran, lo dicen, lo gritan. Hay palabras entredichas, pero la gente no es tonta, tampoco los gigantes que nunca se cansan de comerse al mundo. Y eso afecta. Comienzan a verse casos aislados, pero casos al fin, de gente que está muerta aunque respire, y eso pasa cuando se muere la esperanza. Esa manía de soñar que las cosas pueden ser diferentes. Incoherencias analizadas en laboratorios de países desarrollados.

Anhelar es un lujo en esta jaula gigante, aunque algunas sonrisas nos confundan con tonaditas bobas en televisión nacional. El rito de salir cada mañana, morirse de traje formal, mientras la maquinaria reporta el ir y venir de las finanzas, tus ojos perdidos entre los ojos de los tienen la mirada perdida, me recuerdan un poco a los míos, extraviados y llorando, titulares que nos repiten cosas tristes como deja vu.

Las palabras que quiero decir se confunden con las palabras que todos quieren decir tarde o temprano, la marea de los gritos de auxilio y el desatino de los que nos tratan de salvar. No hay nada más peligroso en estos días que darse uno cuenta…

Por eso….

Habría que hacerse uno calle, esquina, rito de malandrin y mala palabra, endurar el cuero, sacar las uñas. Saltarse las trancas y no mirar hacia atrás, ni al lado. Porque de todos modos alguien saldrá herido. Habría que tomarse la píldora azul y la roja, y la verde, amanecer buscando vergazos, ver arcoiris en las tolvas cromadas de algunos locos que nos miran, pelar los dientes, encontrar al angel guardian que no porta documentos, perder los estribos encontrarlos, colecccionar dias a salvo en albumes privados, música de huesos, silencios incómodos mientras nos escaneamos, nos hacemos cómplices o verdugos vestidos de cuero, calle oscura, calle iluminada, calle prohibida, calle peligrosa. Banqueta metralleta, estallido de guardias de seguridad y sicarios, esa jalea de hermanos que cambian de nombre, de bando, de religión. La maquinaria sagrada que nos lleva cargados o nos carga con toda su mierda, pero hay horizontes incluso sin horizontes en este tropico narcotizado, aunque la retajila de guardaespaldas nos tapen el paisaje, caen los angeles, recaen los junkys, aparecen los ausentes y se diluyen en este caldo sacrosanto, el pan nuestro de cada día, la costumbre de hacer justicia, un dragón karateka con ojos de fuego nos cuida por diez pesos, o nos mata por tres… Larguémonos en el avión bombardero lanzando minutos de silencio por estas calles desiertas en donde los payasos, las monjas, los policias, los ejecutivos, las niñas, los abuelos, las modelos, el camarero, la modista, el cartero, la bailarina, el bebe, la beba, el poste, el perro, el chiclero, el santo, el futbolista, la enfermera, el maestro, la secretaria, el poeta, esa señora que va pasando por alla atrás, se ven sospechosos cuando nos acusan de sospechosos, en este teatro de sombras en donde la entrada nos cuesta la vida.


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