El dolor que sentimos, un despertar con
los pies helados tiritando, el dolor que sentimos tiene tentáculos y lunas,
lunes y soberbias. El dolor que sentimos, nos siente también con
sus deseos, sus accidentes, sus episodios.
El sabor amargo de la tarde encerrada
en sus complejos, en sus promesas bobas, en sus tickets falsos de avión. La bandera en llamas de la patria
innecesaria. Las cavernas llenas de nuestras huellas,
estampadas con manos que elaboran y matan, que sangran y ansían. El
dolor no es más que el polvo y el tiempo, carcomiendo nuestra tesis
prematura. Al fondo hay un silencio que
depara risas, silenciosas también que deparan más silencio, ruina y desenfado. El dolor que acarreamos es luz monocromática,
reflejada en retinas y en espejos. El
dolor que sentimos es náusea primitiva, desorden de metabolismos salvajes que
sostienen ideas primarias, sabores amargos que se repiten con cada cambio de
ciclo, con cada vuelta por el álbum de fotografías de una familia de
fantasmas. Este delirio, este sótano,
esta selva calcinada es un campo de minas y telegramas, un espasmo que
aprisiona los dientes y las lágrimas, conteniéndolas en segundos
infinitos. Esta escalera al infierno, no
lleva a ningún infierno, y sus avisos amamantan sueños, sueños que no
concuerdan entre sí. Este dolor que
debemos, que somos, este mes mito de Sísifo, estas ruedas rotas y sus tuercas
sueltas, este crucigrama ciego con faltas de ortografía. Su
palabra enseguida, su palmadita en la espalda, sus cuentas y notas, sus chistes
de mal gusto. Este dolor es el dolor
mismo sintiéndose desnudo, aferrándose a sus huesos, mis huesos, los cadáveres
que alimentan a los gusanos. Este dolor
religioso que ensancha las venas y las disuelve, cortando a su paso toda gracia
y toda epifanía. Este mismo dolor, universal y prosaico, este incendio en la
garganta, sin luna ni lobos. El mismo que viste y calza, el mismo que me
acompaña, el mismo que les habla en este momento.
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