domingo, 26 de enero de 2014


Seguimos trabajando por llevar la literatura a todas partes, con las mismas ganas de siempre y con la esperanza cada vez más afinada.  http://www.agn.com.gt/index.php/world/travel/item/6979-alejandro-marr%C3%A9-quiero-que-la-literatura-llegue-a-la-gente-de-forma-inesperada 

Acompáñenme cada lunes a las 8 pm en el programa LIBROSIS transmitido por www.1850.fm 

Hablaremos de música, de libros y de la vida. 

Les he visto

Les he visto recorrer la línea de ingreso a un bus, hablar patrañas y mierda con bocas que además besan santos y entonan salmos.  Les he visto sobrepasar el límite de peso en un elevador, apresurar la marcha ante un tornado de preguntas, usar corbata y fustán en ciertos días, recorrer los pasillos de los supermercados con la gracia de una estampida de potros autistas.   Así deambulan por el tiempo, llenando aceras y estadios, iglesias y cementerios.   Juro que les he visto dormir, de día y de noche, de tarde, de mañana.  Les he visto tejer tragedias y milagros, con una risita boba y una agenda electrónica.  Aquí suelen venir todos los días, el mundo es completamente de ellos, completamente perfecto.  Todo encaja en sus palabras, toda palabra les pertenece, toda ciencia y toda justicia, toda mancha y todo horizonte.  Juegan a deprimirse y a superarse, tienen días específicos para ritos específicos y por lo general llevan las de ganar, porque son demasiados.   Yo juro que les he visto soñar, hablar de sus sueños, amanecen y anochecen hablando de sus sueños y de sus logros.  Tienen identidad, nacen, crecen, se reproducen y mueren jurando que el ciclo es infinito, que el sol sigue su curso.  Y así, progresivamente, dejan huellas trascendentales, legados de huesos y polvo, manías percudidas de tanto uso, como pasamanos públicos, como urinales sacros.   He leídos sus libros, he escuchado sus himnos, he recorrido sus mapas, he olvidado sus insultos y sus halagos.   Ellos no tienen la culpa, ellos no saben lo que hacen, ellos son la mecánica fácil del tiempo, la aclimatación de las células y sus necesidades básicas, ellos tienen estatuas y deidades, tienen estirpes y vacaciones.

Ellos deciden siempre, ordenan, reestructuran, reinventan.  Ellos hacen fiestas y tienen la palabra, eligen a sus líderes, respetan a sus mayores.  Ellos hacen trampa y luego la perdonan, ellos persisten, intuyen, conquistan.  Ellos piden perdón y son perdonados, piden pan y son alimentados, sufren y son consolados.  El mundo no es nada sin ellos, el mundo gira alrededor de todos y cada uno de ellos, lo juro, les he visto detenidamente, les he seguido la pista, les he amado y odiado, y también perdonado.  Pero ellos vuelven, recaen, remiten, endosan, apresuran la marcha, aprietan los dientes, sudan, vomitan, cagan, eyaculan, deconstruyen el universo en un segundo y lo rediseñan a su antojo.   Así son ellos, así tan ellos.  Así es su historia, su lenguaje, su vida, lejos, tan lejos de los otros, tan lejos de los demás.  Imagino que ustedes también les han visto. 

El dolor que sentimos

El dolor que sentimos, un despertar con los pies helados tiritando, el dolor que sentimos tiene tentáculos y lunas, lunes y soberbias.   El dolor que sentimos, nos siente también con sus deseos, sus accidentes, sus episodios.   El sabor amargo de la tarde encerrada en sus complejos, en sus promesas bobas, en sus tickets falsos de avión.  La bandera en llamas de la patria innecesaria.   Las cavernas llenas de nuestras huellas, estampadas con manos que elaboran y matan, que sangran y ansían.   El dolor no es más que el polvo y el tiempo, carcomiendo nuestra tesis prematura.  Al fondo hay un silencio que depara risas, silenciosas también que deparan más silencio, ruina y desenfado.  El dolor que acarreamos es luz monocromática, reflejada en retinas y en espejos.  El dolor que sentimos es náusea primitiva, desorden de metabolismos salvajes que sostienen ideas primarias, sabores amargos que se repiten con cada cambio de ciclo, con cada vuelta por el álbum de fotografías de una familia de fantasmas.  Este delirio, este sótano, esta selva calcinada es un campo de minas y telegramas, un espasmo que aprisiona los dientes y las lágrimas, conteniéndolas en segundos infinitos.  Esta escalera al infierno, no lleva a ningún infierno, y sus avisos amamantan sueños, sueños que no concuerdan entre sí.  Este dolor que debemos, que somos, este mes mito de Sísifo, estas ruedas rotas y sus tuercas sueltas, este crucigrama ciego con faltas de ortografía.   Su palabra enseguida, su palmadita en la espalda, sus cuentas y notas, sus chistes de mal gusto.  Este dolor es el dolor mismo sintiéndose desnudo, aferrándose a sus huesos, mis huesos, los cadáveres que alimentan a los gusanos.  Este dolor religioso que ensancha las venas y las disuelve, cortando a su paso toda gracia y toda epifanía. Este mismo dolor, universal y prosaico, este incendio en la garganta, sin luna ni lobos.   El mismo que viste y calza, el mismo que me acompaña, el mismo que les habla en este momento.