miércoles, 24 de enero de 2007


Cabalga el indio dormido, rayo de lámpara neón,
oscura pieza de dos metros en donde yace el
espíritu de su ciencia. Negro el espejo donde el
eclipse de los nombres sin traducción persisten
solemnes sin frío y el orbe pachamama no baila,
solo coge los cuerpos vacíos. Solo baila sola,
como en el funeral del tata big que quería joyas
de lata. Ciencia manierista que no cura solo los
que son sombras y comen lodo, agua de los ríos
marchitos seca la patria inexistente. Indio jerga
de columpio y nata roja en la boca quiere sacos
de pasta, quiere jugos sin nombre. Viene otro
espíritu a quebrarse a las infantas de tetas duras
como rocas. Les joroba la prisa los campos y
su ruina se descubre a ocho mil kilómetros de
distancia. Norte sur, equinoccio salado y
el agridulce rezo de los muertos les revuelve el
barbecue de las barbies. Los indios no saben
reír, el smiling de los padrotes acomodados que
sale a relucir con el diente de oro. Animal sin
rito que persigue focas en los acantilados

y entre las todas las piernas

de las mujeres más tristes del mundo.

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